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Escena de harén con madres e hijas con distintos trajes de la dinastía Qajar, todas ellas con sus cabezas cubiertas por velo, Irán, finales del siglo XIX-principios del XX. Fuente: Brooklyn Museum.

Taj al-Saltaneh (1884-1936), en realidad, no es un nombre como tal. La princesa que había nacido en el harén del rey de Persia, Naser al-Din Shah, recibió solo un título genérico, “la corona de la monarquía”. Los harenes del palacio estaban lejos de ser esos lugares tranquilos y sensuales que la exotizante mirada occidental había imaginado, eran lugares de poder e intrigas que podían acabar o colocar ministros y consejeros, pero las pequeñas princesas estaban destinadas (a pesar o precisamente por ello) a ser monedas de cambio, pequeños floreros que debían sonreír y no pensar demasiado. A Taj no le parecía un destino justo, tampoco el del resto de las mujeres, que pasaban de un velo que las encerraba en vida a la mortaja que las envolvía en la muerte.

Los últimos años del siglo XIX y los primeros del siglo XX fueron un periodo convulso en Irán, entre la Revolución Constituyente, los enfrentamientos bélicos en la zona, los crecientes intereses predatorios occidentales, una escalada de precios y la Primera Guerra Mundial. Las mujeres lo tenían aún peor que los hombres. Carecían de derechos civiles y sociales, su alfabetización no llegaba al 5%, había una fuerte segregación y las normas sobre vestimenta, incluido el velo, eran enormemente estrictas.

No era un buen panorama para la pequeña Taj al-Saltaneh, pese a su buena posición social. Conocemos su vida de primera mano, ya que fue ella misma la que nos la contó en sus memorias, Crowning Anguish: Memoirs of A Persian Princess, una fuente indispensable para conocer la vida en el harén, la situación política y la situación de las mujeres en la Persia de la época. Y a ella, que decidió pelear por su vida y la de todas sus congéneres.

Una vida no tan fácil

Ya de pequeña asomaba su rebeldía, algo que luego lamentaría cuando tuvo que ponerse al día con su educación. Por otro lado, como era normal en las clases altas, apenas veía a su padre o a su madre y fue criada por una niñera negra y pedagogos, lo que la llevó luego a luchar por cambiar ciertos conceptos de familia. Eso sí, lo que leyó la llevó a plantearse su fe, cuestión que tampoco hizo mucha gracia a sus parientes.

Con ocho años ya estaba comprometida y, aunque su padre intentó retrasar su matrimonio, la miseria de esos años quedó grabada en su memoria. Se casó a los trece, nada más ser asesinado su padre, con un chaval de su edad. Esto también era un avance, ya que era más que normal que niñas de esa edad se casaran con hombres en sus cuarenta o cincuenta. El matrimonio nunca fue feliz y no hubo ni química ni amor, pese a que tuvieron cuatro hijos.

Taj al-Saltaneh Naser al-Din Shah Qajar Irán

La joven princesa Taj al-Saltaneh, hija de del rey persa Naser al-Din Shah Qajar, fotografiada a finales del siglo XIX. Fuente: Wikimedia Commons.

Taj al-Saltaneh decidió tomar el mando de su vida, separarse (y luego divorciarse), y vivir de forma independiente, con los amantes que quisiese. No era solo una frivolidad, aunque algo hubo, como reconoció más tarde, sino también un enunciado político. Lo mismo que renunciar al velo, algo totalmente inaudito en el Irán de su época. Se acercó al socialismo y luchó por los derechos de las mujeres.

La Revolución Constitucional la situó en un espacio ambiguo. La perjudicaba económicamente, y aunque ella creía firmemente en la bondad de una monarquía, era consciente de la necesidad de reformas y de la corrupción inherente al régimen. También lo era del creciente intervencionismo extranjero, que criticó. Asimismo, aprovechó la oportunidad que se abría para la lucha a través de asociaciones y protestas. Junto con su hermana fundó la Sociedad para la Emancipación de la Mujer (Anjoman-e Horriyat-e Nesvan), que criticaba la opresión femenina tanto social como religiosa, y trabajaba para ampliar los derechos de las mujeres y el panorama cultural de la época.

Una lucha que no cesa: Taj al-Saltaneh y los derechos de la mujeres

Taj defendió el derecho a la educación y el acceso al trabajo de las mujeres, a vestir de forma diferente y a no acabar siendo un florero triste en una esquina, limitadas al espacio doméstico. Incluso las de clase alta, comentaba, estaban condenadas a una vida vacía y aburrida que intentaban llenar como podían. Curiosamente, años más tarde, Betty Friedan hacía una reflexión similar en La mística de la feminidad sobre la depresión y la vuelta al hogar tras la Segunda Guerra Mundial.

Fue un periodo efervescente en las luchas sociales y por los derechos de la mujer en Irán. Se fundaron otras sociedades y periódicos, aunque esta conciencia aún era algo que parecía limitar a las mujeres urbanas educadas y, sobre todo, a las constitucionalistas, como Sediqeh Dovlatabady que creó el periódico Zaban Zanan (La voz de la Mujer), la Sociedad Nacional de Mujeres y fundó una escuela para niñas, por lo que fue encarcelada. Varios periódicos femeninos fueron cerrados, las activistas perseguidas y las escuelas saqueadas o atacadas. La primera escuela legal se abrió en 1918, y aun así, también fue atacada.

Todo ello aun cuando la actividad de las mujeres fue esencial en las revueltas y estuvieron en primera fila, incluso armadas. Protagonizaron muchas de las protestas, tanto las no violentas como las violentas. William M. Shuster, un británico que servía en el gobierno constitucionalista, recordaba en sus escritos la fuerza y decisión de estas mujeres, e incluso su radicalidad. Pero de nada les sirvió.

Constitución Irán velo

Una muchedumbre de hombres y mujeres se reúne para celebrar la aprobación de la Constitución. A la izquierda podemos distinguir a mujeres vistiendo el velo empleado en público en Irán, que incorporaba una pieza de tela blanca que cubría el rostro por completo. Fuente: Brooklyn Museum.

Pese a que, años más tarde y ya muerta Taj, hubo nuevas asociaciones y se lograron algunos avances, las mujeres seguían sin ser consideradas ciudadanas en igualdad de condiciones. El gobierno Pahlavi suprimió el velo, pero también como una imposición. La revolución de 1979 vio de nuevo salir a las mujeres a la calle, masivamente, para protestar por sus derechos, incluido el asunto del velo. Tampoco les sirvió de nada, y un gobierno religioso volvió a esconderlas tras un muro de tela.

Tampoco a Taj le salió gratis su lucha. Cuando se separó le arrebataron a sus hijos, su familia la repudió (y, de hecho, la eliminó de muchos retratos oficiales), pasó por problemas económicos y acabó sus días llena de soledad y tristeza, muy lejos de la relajada y lujosa vida que se esperaría de una princesa persa. Tres intentos de suicidio atestiguan su difícil relación con su vida y su sociedad.

La princesa de Irán que renunció al velo, reducida a meme

Nos gustaría pensar que las personas que han luchado por la libertad y la dignidad de las personas han sido recordadas con afecto y respeto. Que se les han levantado estatuas y sus nombres figuran en los libros de historia. A veces es así, nos convencemos. Pero no siempre.

La tumba de Sediqeh Dovlatabady fue destruida en 1980 por el radicalismo religioso, en un último insulto a quien luchó tanto. La de Taj fue respetada, aunque su memoria se perdió bastante en el mar del olvido. En Occidente, en cambio, recuperamos sus fotos y las de su hermana, unas fotos que eran una forma de acercarse a la modernidad. De estar presentes en el mundo. Sí, las recuperamos… pero como burla.

taj al-Saltaneh

Taj al-Saltaneh, la «princesa Qajar», fue objeto de burla al viralizarse imágenes suyas en Occidente por no responder a nuestro ideal de belleza actual. Fuente: Wikimedia Commons

En internet sus fotos se convirtieron en un meme, en un chiste sobre su físico. Su belleza, canónica en su época, ya no cuadra con nuestra visión de la norma; y el escarnio vuelve, en un eterno retorno, con las olas de las redes sociales. El invento sobre “la princesa Qajar”, que borra incluso su individualidad y su nombre, nos demuestra que la memoria no solo es selectiva, sino que no estamos tan lejos, en algunas cosas, de quienes le hicieron la vida imposible.

Ayer y hoy, poder salirse de la norma social, religiosa, de vestimenta o física se paga caro. Taj lo pagó con su felicidad y su familia, otras con su vida. Y, siempre, en todas partes, hace acto de presencia la burla o el olvido. Eso sí, como decía Taj: el mundo ha cambiado mucho, y más que cambiará.

Bibliografía

  • Mahdavi, Shireen (1987): “Taj al-Saltaneh, an Emancipated Qajar Princess”, Middle Eastern Studies, 23 (2) pp. 188-193.
  • Martínez, Victoria (2017): ““Princess Qajar” and the Problem with Junk History Memes”, A Bit of History, disponible en https://abitofhistoryblog.com/2017/12/12/princess-qajar-and-the-problem-with-history-memes/
  • Najmabadi, Afsaneh (2005): Women with Mustaches and Men without Beards. Gender and Sexual Anxieties of Iranian Modernity; Berkeley y Los Angeles, University of California Press.
  • Sanasarian, Eliz (1982): The Women’s Rights Movement in Iran, Nueva York, Praeger.
  • Sedghi, Hamideh (2007): Women and Politics in Iran. Veiling, Unveiling, and Reveiling, Cambridge, Cambridge University Press.
  • Taj al-Saltana (2003): Crowning Anguish: Memoirs of a Persian Princess from the Harem to Modernity (1884-1914), Traducción de Anna Vanzan y Amin Neshati e introducción y notas de Abbas Amanat, Washington, Mage Publishers.

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